lunes, 28 de noviembre de 2011

Leyenda de las cebollas


Cuenta la leyenda que había un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, tenía mucha frescura, por lo que daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y a escuchar el canto de los pájaros.
Pero un día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado, etc. Estas cebollas brillaban de una forma poco habitual. Después de varias investigaciones sobre la causa de aquel misterioso resplandor, resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón una piedra preciosa.
Pero por una incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su piedra preciosa e íntima con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular cómo eran por dentro. Hasta que empezaron a convertirse en unas cebollas vulgares.

Pasó entonces por allí un sabio, que le gustaba sentarse a la sombra del huerto y sabía tanto que entendía el lenguaje de las cebollas, y empezó a preguntarles una por una, por qué ocultaban su belleza.
Las cebollas contestaban que les fueron poniendo capas, por lo que el sabio comenzó a llorar por el suplicio que sufrían estas hortalizas. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes. Por eso todo el mundo sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón.

LA LEYENDA DE LA VID

Hace mucho tiempo, en el actual distrito Las Paredes, vivía un hombre con su esposa y sus tres hijos.

Era una familia modesta, todos muy trabajadores y honestos. El mayor de los hermanos tenía 25 años. Le gustaban mucho los animales y cuidaba y quería a su alazán con el que se pasaba horas y horas, hablándole y cepillándolo.

El segundo y el menor ayudaban a su padre en las tareas de regar, podar y mantener los durazneros en buenas condiciones. Todos los años sacaban una muy buena producción, gracias al esmero de toda una temporada.

Un día nació entre los frutales una planta rara, de hojas dentadas en forma de trébol, a la que el hombre no le dio mayor importancia y, como a la yerbamota, el clavel amarillo y la chepica, a la plantita también la sacó. Esa planta era la vid. Había nacido la vid!

Un día, como de costumbre, estaba sacando los yuyos y cuando fue a sacar la plantita apareció una mujer vestida de blanco, en el fondo de la hilera de duraznos. La mujer se fue acercando lentamente. El hombre había quedado paralizado ante el asombro.

La mujer le habló así:

-Soy la enviada del Dios Inti (sol). Va a castigarte porque has sido muy cruel con la planta que tienes frente a ti. Este año no cosecharás por más que te esfuerces por tu plantación. Debes sacar esta planta y enterrarla en aquel campo.

La bella mujer le señaló un campo que estaba cerca de sus frutales.

-Deberás regarla siempre que por la noche aparezca Mama Quilla entera(luna llena). Esta planta se reproducirá por tu campo y al cabo de unos años tendrás una buena cosecha. Esta planta se llama vid.

La mujer acabó de decir esto y desapareció tan súbitamente como había llegado.

El hombre hizo lo que la bella mujer le había dicho y, efectivamente, al cabo de unos años cosechó unas uvas grandes y dulces.

La uva representa la dulzura de la mujer, y sus semillas el corazón chiquito del hombre, por el trato hacia la plantita cuando la vio por primera vez.

Su primer derivado fue el vino, que es tan viejo como esta leyenda y moneda fuerte de nuestra provincia. El hombre, en su afán de progreso trató de darle otros usos como: vinagre, derivado del vino, champagna, mostos concentrados que por su alto contenido de azúcar ha sustituido este producto para hacer dulces; también se hacen aceites y las riquísimas pasas de uva.

La uva es y será un producto insustituible en nuestra provincia.

La fresa, un regalo de dios.

Hace muchos siglos habitaban la tierra un gran número de dioses, junto a ellos vivían muchos sirvientes que los atendían.
Todos los dioses eran buenos con sus sirvientes a excepción de uno que los trataba muy mal, en especial a un sirviente.
Un día, el dios malo, furioso le reclamó al sirviente por un insignificante error. Estaba tan irritado que se disponía a matar al sirviente, pero un dios bueno se lo impidió.
El sirviente creó un fruto rojo y dulce llamado fresa, que le entregó al dios en agradecimiento por haberlo ayudado.
El dios quedó maravillado y decidió regalar la fresa a los humanos para que pudieran disfrutarla.
Cuenta la leyenda que hace muchos años, cuando empezó a fundarse el pueblito de Irapuato, un campesino se encontró una planta que daba un fruto rojo de agradable sabor y empezó a reproducir esa plantita con ayuda de sus dioses. Ese fruto, la fresa, ahora es característico de Irapuato.

La leyenda de Sandia

Pachacamac, Dios del universo, creador de la tierra y de todo lo existente en la naturaleza, creó también al hombre, dando un soplo de vida, al que llamó Huiracocha. Pero este personaje se sentía sólo y triste, entonces Pachacamac acudió en su ayuda, tomando una porción de tierra amasó y formó a la mujer y con un soplo le dio vida a ella la llamó Cullahua.

Esta pareja se estableció en el corazón de la tierra Chitapampa, pasó un tiempo de convivencia de esta pareja, cumpliendo con eficacia su estadía en la tierra, cuando Huiracocha fue llamado por su padre Pachacamac, su cuerpo fue convertido en piedra y su espíritu se integró al SOL.

Cullahua vivió más tiempo junto con sus hijos, quienes crecieron y se multiplicaron. Al morir ella se encarnó en la LUNA, así fue la eterna compañera del SOL.

Los esposos Huiracocha y Cullahua dejaron cuatro hijos: Santía, Saancahua, Saancaru y Saancatu, quienes se distribuyeron por los cuatro lares. Santía prefirió quedarse en Chitapampa, esta joven fue raptada por Chayanaco de la tierra de los Ch’ayas pero la gente de la selva Saantía no aceptó los galanteos de Chayanaco, rechazó de lleno los amores del joven, por despecho solicitó los servicios de un brujo del grupo de los Usicayos quien logró hacer dormir a Saantía así en este estado fue llevada a una cálida quebrada de la cabecera de la selva, al despertar quiso huir pero no pudo, ella no aceptaba los amores de Chayanaco. Entonces, él, furioso al verse despreciado bajó gritando de las cumbres con intención de matar a Saantía, pero fue salvada por Huayanaco hermano de Chayanaco, este gesto de Huayanaco generó gratitud de Saantía, así surgió amoríos entre Saantía Huayanaco, pero este acto enfureció a Chayanaco, quien trató de vengar la afrenta, por eso cada vez entablaban una feroz lucha en medio del cerro cayendo al precipicio de donde jamás salieron.

Saantía, quedó sola con sus dos hijos Phuyutarqui nacido del rapto de Chayanaco y el hijo menor Inca Ancco fruto de los gratos amores con Huayanaco.

Cuenta la leyenda que entre Chayanaco y Huayanaco se producen grandes reyertas en noches de tormenta y lluvia.

Atormentando constantemente a Saantía aun después de muerta.

Saantía, hoy es la hermosa ciudad de Sandia; que en 1931 fue destruida casi en su totalidad por el desborde de sus ríos: Chichanaco y Vianaco; en la leyenda estos ríos tomaron el nombre de dos jóvenes Chayanaco y Huayanaco, que en épocas de lluvia bajan rugiendo de las alturas del cerro Chichanaco, y parece que siguen disputándose los amores de Saantía, por eso el sandino vive en constante zozobra, rogando a los Apus, que calmen sus ironías.

El origen del nombre de Sandia se debe también a la época de la conquista que en 1554, ingresaron a este valle aurífero, españoles junto con el griego Pedro de Candia, quien reafirmó este lugar con el nombre de SANDIA

Leyenda de la tuna.

En la época de los antiguos gobernantes, los Incas, realizaban expediciones en busca de nuevos descubrimientos en alimentos y territorios para que los Incas pudieran convertirse en sus dueños.
Un día el cacique  Inca llamó a uno de sus guerreros el mas valiente y leal, que acudió pronta y servilmente a su llamado con todas las reverencias que el caso ameritaba.    
 Cuando llegó a la presencia del Inca, éste le contó que en una expedición anterior, sus hombres habían hallado unos pequeños arbustos con espinas que ocasionaban mucho dolor, y cuando se acercaron para observarlos mejor una enorme serpiente salió a su encuentro. 
 “Solo el chaski que llevó la noticia de lo sucedido, sobrevivió a tal encuentro”, dijo. Entonces el guerrero entendiendo la misión que se le encomendaba respondió al Inca: “yo acabaré con tal bestia y vengare la muerte de mis hermanos guerreros”. 
Al día siguiente partió el grupo de guerreros con sus uniformes de guerra, por el camino que el mensajero había señalado, llegando prontamente al encuentro de la enorme serpiente, mucho mas grande de lo podían haberla imaginado. 
 El capitán prontamente ideó un plan y envió al mas ágil corredor a guiar a la serpiente hacia una hoguera preparada por los demás.  
Cuando la serpiente llegó al lugar, no se dejo engañar por el fuego y de un gran soplido terminó con la trampa.Después lanzó su veneno sobre el capitán quien cayó adormecido por el efecto. 
 Con el último aliento, el capitán encargó al mas fuerte de sus guerreros, acabar con la serpiente antes de que llegara a atacar a su pueblo. 
El guerrero Chunta, el más fuerte, dejo que la serpiente se acercara al cuerpo de su capitán, y cuando lo iba a devorarlo, la sostuvo del vientre y con fuerza la arrojó hacia los matorrales de aquella planta llena de espinos que protegía la serpiente. 
 Al tratar de escapar la serpiente solo se envolvía mas y mas entre los arbustos, terminando con su vida, a lado de los restos de los valientes guerreros que antes la habían enfrentado. 
Los guerreros llevaron consigo la cabeza de la serpiente para presentarla al Inca, en prueba de que el pueblo ya no corría peligro. Y llevaron también consigo la planta que les ayudó a terminar con la terrible amenaza. 
 La planta brotó en toda la región sin necesidad de cultivo, llevando en el interior de su fruto un maravilloso manjar que fue el alimento que aliviaba los pesados días de todo viajero.

Leyenda de la jícama

 La mezcla de sabores con el abundante jugo que brota la morderla son deliciosas en tiempo de calor…Con seguridad  has disfrutado una fresca rebanada de jícama aderezada con jugo de limón, sal y chile piquín. Pero quizá no sabes que esta raíz es de origen mexicano ya era muy apreciada por los pueblos indígenas prehispánicos. Una leyenda purépecha explica así su origen. 

    Curicaueri, el Sol, se casó con Xaratanga, la Luna. Él  amaba el oro y se adornaba con joyas de ese metal: diademas, anillos y collares tan resplandecientes como él. Ella amaba la plata, semejante a sus destellos nocturnos, y contaba con una colección de alhajas que los recordaban de día. Los dos se amaban y siempre querían estar juntos. Por eso a veces los días y las noches eran demasiado largos y comenzó a reinar un gran desorden en el mundo.

      La Madre Naturaleza no podía permitir que las cosas siguieran de esa manera y los llamo para regañarles.“Tú eres el responsable de alumbrar los días y hacer que las plantas germinen y crezcan”, le recordó al Sol. “A ti te toca vigilar que todo quede en sombras para que las personas descansen”, le dijo a la Luna.”Pero ninguno ha respetado mis instrucciones  y por eso tendré que separarlos”.
Xaratanga le pidió que se compadeciera de ella, Curicaureri le rogo que no los separara pero la Madre Naturaleza fue inflexible: “Comprendo lo mucho que se aman, pero más importante que su amor es la misión que les encargue y el respeto que  le deben a los seres vivos que dependen de ustedes”, Xartanga y Curicaueri le suplicaron por última vez  pero  la madre Naturaleza ignoro sus palabras y los dejo solos.

  Al ver lo triste que  estaba su esposa, Curicaureri le hablo con ternura: “Nuestro amor no estará  nunca en riesgo. De día yo saldré a  iluminar los bosques y los mares y tu veras como el brillo a través de la ventana de nuestras casas. Cuando yo regrese al hogar por la noche y vea que no te encuentras ahí, me sentiré feliz al saber que estas recorriendo los cielos rodeada de estrellas más hermosas y nobles que tus joyas”. Ella  escucho con atención y respondió: “Tienes razón. Quizá si respetamos nuestra misión la Madre Naturaleza permita que , de vez en cuando, tu brilles detrás de mí y que yo aparezca de repente ,en pleno día”.
Conmovida por lo que estaban viviendo Xaratanga  abrazo a su esposo y comenzó a llorar. Una de sus lagrimas recorrió el espacio, cruzo las nubes, atravesó las copas de los árboles y se sumergió en la tierra del Valle de México. Allí,  en lo más profundo, echo raíces y se convirtió en la primera jícama, de carne tan brillante, perfumada y dulce como el llanto de la Luna.

Leyenda del Valle de Elqui, ciudad de Vicuña: Leyenda de la Papaya “Lágrimas de Oro”:

La fecha exacta se perdió en los días que formaron siglos. El lugar fue borrado por la civilización que lo cubrió todo de cemento. Los nombres se fueron olvidando en la boca de los narradores hasta perderse ya hace muchas generaciones. La choza se hallaba rodeada por la tribu. Dentro la esposa del cacique estaba pronta a dar a luz a su primer hijo.
Las mujeres invocaban a sus dioses para que naciera una niña, deseando que fuera aun mas hermosa que su madre, quien fue raptada en tierras lejanas por el valiente que estaba próximo a ser padre.
Los guerreros danzaban a sus dioses de la guerra. Su canto era de triunfo, querían que fuera varón, tanto más valiente que el cacique de las mil victorias. El llanto del recién nacido hizo saber a todos que la madre había terminado en su sufrimiento y un nuevo ser se sumaba a la tribu.
Un majestuoso cacique apareció en la puerta de la choza, las mujeres sellaron sus labios, los guerreros detuvieron sus danzas, todo fue silencio y el anunció que su esposa era feliz al tener una niña.
Pasaron los años convirtiéndose la niña en una hermosa jovencita a la cual muchos valientes soñaban con desposar. Por la selva empezaron a sentirse voces extrañas, el cual hablaba un lenguaje desconocido para ella, pero que sonaba dulce a sus oídos, despertando su corazón.
Desde las sombras, una certera flecha lanzada por un guerrero celoso les quebró la promesa de vivir eternamente unidos. Su rostro, a pesar de los besos desesperados de ella, se ponía frío y una angustia indescriptible sacudió su cuerpo.
El alma del joven debió irse al cielo de su Dios, Ella quedó sintiendo en su vientre un ser en formación.
El cuerpo del español fue enterrado en un pedazo que la América no alcanzó a conquistar.
Ella se abrazó a la tierra que lo cubría. Su dolor fue tan intenso que al dios del amor decidió el milagro. El llanto de la moza regó la tierra de la sepultura del amado y empezó a crecer hierba, que luego se trasformaron en arbolitos, cuyo fruto tuvo la forma de sus lagrimas de color verde en un comienzo, amarillo intenso al estar maduros, por lo que fue llamado Árbol de la lagrimas de oro. El tiempo pasó y el árbol es ahora conocido con el nombre de papayo y su fruto, como papayas, las lagrimas de oro de la indiecita.