Cierto día el camión de jornaleros (tomateros) de la Costa del Valle de Culiacán, recogió al grupo de tomateros a la hora de costumbre, entre ellos una niña de doce años (huérfana de madre), que acompañaba a su padre para ayudarlo en su labor. Al llegar a su destino, "Campo Diez", se presentó un soberano desorden al bajar del camión, de repente se oyeron unos sollozos, los trabajadores sorprendidos, dijeron a su padre y éste le preguntó: ¿por qué lloras?; es que perdí nuestra comida y no tendremos que comer en nuestro descanso –contestó la niña.
Después del arduo trabajo, sobre los surcos de la hortaliza de tomates, se dio la voz: ¡todos a comer¡. La tomaterita quedó con la mirada triste hacia el horizonte, cuando de repente, se formó un remolino que duró unos segundos, escuchándose una voz muy dulce:
-¿Por qué estás triste?
-Porque he perdido nuestra comida y mi padre y yo no tenemos que comer.
-Esto no debe de preocuparte, porque a tu alrededor tienes una de las mejores riquezas en la alimentación. Ve al fondo de la hortaliza donde encontrarás lo suficiente para comer.
Fue al lugar indicado, y cual sería su sorpresa al ver un mantel tendido sobre la tierra, sobre él había una gran variedad de alimentos derivados del tomate (puré, jugo, ensalada, mermelada, salsa, pan de trigo, etc.). La niña no salía de su sorpresa.
Ahora que tenemos que comer puedes decirme ¿quién eres? No hubo respuesta, sólo sintió un roce suave sobre su mano y vio la silueta de una joven vestida de campesina, que la miraba con mucho amor, ternura y, a la vez le decía:
-No olvides que esta simple fruta tiene grandes propiedades y nunca debe faltar en la alimentación, tú sin conocerla, pensabas que pasarían el día sin comer, pero ya ves que no es así.
-Gracias señorita por lo que ha hecho, llamaré a mi padre a comer.
- Me despido, y recuerda que siempre estaré a tu lado, quiere mucho a tu padre y sé buena niña. ¡Hasta pronto! – bien dijo la voz. La silueta se desvaneció y la voz dejó de escucharse.
Al llegar su padre, le preguntó cómo obtuvo los alimentos. La tomaterita le narró lo sucedido, y su padre le preguntó:
-"Me has dicho todo menos cómo era esa joven". Ella emocionada, le detalló cómo era. ¡No es posible! ¡no puede ser!
-Pero... papá ¿por qué te pones así? ¿qué pasa?
-Es que esa joven que dices haber visto y que nos proporcionó estos alimentos, era tu madre.
Asombrada eleva su mirada al cielo, musitando: "¡Gracias, madre mía¡ por permitirme conocerte y no dejar que sufriéramos hambre, como también por la lección que me has dado, aprender que el tomate no es una simple fruta para cocinar, sino que es una fuente de riqueza para nuestra salud. Te prometo dárselo a conocer a los demás para que no lo desperdicien".4
Al final de la jornada regresaron felices a su humilde hogar.
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